Peter Strawson
presenta dos analogías con las que pretende un acercamiento a la definición del
proceder filosófico.
En primer lugar
plantea la analogía propuesta por Wittgenstein, en la cual se comparan los
problemas filosóficos con enfermedades que deben ser tratadas y erradicadas, la
tarea del filósofo con la del terapeuta que intentará solucionar los problemas
filosóficos que son producto del entendimiento errático, y por último a la
filosofía con la terapia, en tanto que saber reparador que serviría para
encaminar al entendimiento por la vía correcta del pensamiento. En esta primera
analogía se plantea que el motivo por el cual el filósofo ha caído en el error
es el uso incorrecto del lenguaje, y por lo tanto, la cura o la terapia
filosófica estará ligada a un uso correcto del mismo.
En segundo
lugar, plantea una analogía entre la filosofía y la gramática, donde, al igual
que un gramático que expone la estructura y la funcionalidad del lenguaje, el
filósofo se ocupará de develar cual es la estructura conceptual que se
encuentra por debajo de los argumentos filosóficos.
Esta segunda analogía es la que a Strawson le resulta más prometedora, puesto que considera que la tarea del filósofo es la de develar la estructura del pensamiento por medio de un análisis de las relaciones entre conceptos, lo cual le permitirá acceder al conocimiento de lo real, es decir, se está presuponiendo aquí una adecuación del pensamiento a la realidad que permitiría el conocimiento, concepción que resulta a simple vista para Strawson, al menos prometedora y plausible.
El filósofo analítico entendido como terapeuta se
limitaría, para Strawson, a aplicar una técnica para resolver un problema. En
la analogía terapéutica se comparan: a los conflictos personales con los
conflictos filosóficos causados por el mal uso del lenguaje, que produce
confusiones, embrollos y absurdos; a los filósofos con terapeutas, en tanto que
técnicos que indican cómo se debe proceder a la hora de pensar para no caer en
confusiones; y a la filosofía con la terapia, entendida esta última como un
procedimiento para dirigir correctamente el pensamiento.
Los problemas filosóficos surgen cuando no se realiza un uso correcto del lenguaje, entonces el entendimiento se ve atrapado entre paralogismos, absurdos y confusiones, en los que cae, justamente, por otorgar al lenguaje la libertad de construir enunciados utilizando significantes que están alejados del significado al que el uso cotidiano ha unido. La resolución de tales problemas estará ligada a un correcto uso del lenguaje para desarrollar así un pensamiento también correcto.
Strawson sostiene que si bien la analogía
terapéutica merece ser tenida en cuenta, la imagen del filósofo analítico como
terapeuta le resulta exagerada y unilateral, y que a otros podría incluso
parecerle increíble y chocante.
Pensemos que ambas analogías plantean un tema central para desatar los nudos metafísicos y gnoseológico – me refiero a la cuestión del lenguaje -, que a lo largo de la historia de la filosofía se constituyen como problemas centrales; pero plantear al filósofo como un sujeto externo al lenguaje, desvincularlo de la producción histórica de significados, situarlo por fuera de los conflictos como si a priori el mundo estuviese dotado de problemas y de estructuras lingüísticas que el filósofo no puede más que interpretar, me parece un tipo de reduccionismo como mínimo inocente, y hasta irresponsable; considero también que estamos en tiempos en los que no se puede sostener una metafísica que no considere al hombre como un constructor activo de la realidad, que en una relación dialéctica con su entorno se modifica, al mismo tiempo que construye, incorpora y revisa la estructura de significados que media - si es que se puede plantear aún que hombre y contexto son dos realidades separadas - entre el filósofo y la filosofía.
El autor plantea una objeción a la analogía entre
la filosofía y la gramática, la cual consiste en pensar que muchas veces
utilizamos conceptos y nociones sin la necesidad de saber el significado último
de los mismos; o sea, en la práctica cotidiana el lenguaje no debe ser
necesariamente analizado y decodificado a priori para su uso correcto. Las
personas utilizamos conceptos antes de que sus significados sean explicitados
por las vías tradicionales de enseñanza.
Luego responde a esta objeción planteando que la enseñanza explícita de la gramática de los conceptos que utilizamos para hacer filosofía, es una práctica que se apoya y presupone el uso correcto de dichas nociones, de modo que la enseñanza del funcionamiento gramatical sería una mera explicitación teórica de un conocimiento instrumental que adquirimos por medio de la práctica. La filosofía en estos términos, se limitaría a ser un saber explicativo.
La segunda objeción planteada por Strawson consiste en preguntarse por qué sería mejor pensar a la actividad filosófica en analogía con la gramática en vez de utilizar la analogía wittgensteiniana de la terapia; a lo que responde que la analogía gramatical es preferible por ser de carácter positivo, en tanto que permitiría añadir una comprensión teórica de un conocimiento práctico que ya poseemos.
Ambas analogías comparten, en primer lugar, el
interés y la consideración de la importancia del uso de los conceptos; y en
segundo lugar, la creencia en la existencia de una verdad real que puede ser
desentrañada por medio de un correcto uso de los conceptos. En cambio, se
diferencian en que mientras que la analogía con la terapia, según Strawson, se
concibió con un espíritu negativo, como una guía metodológica cuya finalidad
consiste en liberarnos de las confusiones en las que cae el entendimiento
debido al incorrecto uso del lenguaje; la analogía gramatical por su parte, se
presenta como un ejercicio intelectual que persigue la comprensión de la
estructura teórica y conceptual subyacente a la estructura lingüística por
medio de la cual interactuamos con el mundo que nos rodea.
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