En la obra de Descartes, se plantea la duda como una estrategia, una práctica destructiva, una herramienta intelectual de carácter crítico, y accesible a cualquier hombre(1) que desee utilizarla como punto cero antes de iniciar una indagación filosófica; aquí la duda tiene como objetivo principal la suspensión del juicio, estado a partir del cual se podrá comenzar a construir un conocimiento nuevo, pero de ninguna manera plantea Descartes un tipo de escepticismo extremo ni meramente negativo, no es su intención detenerse en la pregunta, el acto de dudar no es planteado como un fin en sí mismo; por el contrario, la duda cartesiana puede ser interpretada como un primer impulso voluntario hacia la búsqueda de una ciencia indubitable.
La propuesta
cartesiana consiste en dudar de todas las creencias previas hasta tanto se
establezca una certeza indubitable - clara y distinta - a partir de la cual se
puedan deducir verdades más complejas y generales, pero no hay que perder de
vista que esta propuesta es pensada para la construcción de una nueva ciencia,
más no por ejemplo, para el campo de la ética, en el Discurso del Método se plantea claramente la necesidad de
establecer una moral provisoria mientras se procede a cuestionar todas las
verdades de la ciencia; se puede concluir a partir de esta distinción que la
duda puede ponerse en práctica como resultado de un acto libre de la voluntad
del individuo, es una acción deliberada, y no un acto involuntario que el
hombre realiza porque posee la capacidad innata de dudar. Casi al final de la
primera meditación, luego de poner en duda las verdades de las matemáticas por
medio de la utilización del argumento del genio maligno, Descartes sostiene:
“Me
consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, sin sangre, como
falto de todo sentido, pero en la creencia falsa de tener todo esto. Me
mantendré obstinadamente unido a este pensamiento, y si, por este medio, no
está en mi poder llegar al conocimiento de alguna verdad, por lo menos está en
mi poder suspender mi juicio.”
Pareciera ser que
para Descartes el acto de dudar y la decisión de suspender el juicio son las
capacidades más íntimas y genuinas que puede desarrollar un hombre, y es precisamente
en este punto en el que difieren notablemente Descartes y Pierce, a saber, en
lo que respecta a la relación entre la capacidad innata de dudar y el acto
voluntario y verdadero – real – de poner en práctica la duda.
En primer lugar,
digamos brevemente que la caracterización de la duda es realizada por Pierce,
en oposición a la noción de creencia; se las define a ambas como estados
mentales que ejercen efectos positivos en el individuo, y que, no obstante,
difieren en sus características principales:
a). La duda: es un
estado incómodo e insatisfactorio del cual queremos liberarnos, nos estimula a
la indagación con el objeto de autodestruirse, es una vacilación anticipada(2),
su único fin es llegar a establecer una nueva creencia.
b).
La creencia: guía nuestros deseos y nuestras acciones, es un sentimiento más o
menos seguro que se convertirá en hábito regulativo para nuestras acciones, es
un estado tranquilo que anhelamos conseguir.
Hasta aquí podrían
establecerse ciertas diferencias mínimas entre las nociones de duda en ambos
autores; pero la distinción principal se puede rastrear en la sección de la
obra de Pierce en la cual se plantean ciertas críticas a un tipo de
escepticismo falso, irreal, fingido.
La crítica de
Pierce consta de tres puntos:
1.
El
mero hecho de imaginar una pregunta como punto de partida para iniciar una
indagación no garantiza que la razón pueda llegar a establecer una nueva
creencia, no se debe imaginar dicha pregunta, la duda filosófica debe ser real.
2.
Tomando
el caso de un sistema filosófico demostrativo que parte de cierta o ciertas
premisas verdaderas a partir de las cuales se deducen otras verdades
indubitables, es necesario que la o las premisa primeras sean dudadas de hecho.
3.
Existe
una tendencia en ciertas personas a dudar de cosas sobre las que todos los
demás están de acuerdo, cuando la duda ha llegado a la instauración de una
nueva creencia, seguir indagando al respecto no tiene ningún sentido.
“En los casos en los que no exista una duda real en
nuestra mente, la indagación será una farsa estéril, un mero tapujo que mejor
sería abandonar”
Podría
interpretarse que Pierce acusa a Descartes de plantear un falso escepticismo,
en el cual la duda es una mera pregunta imaginada y no un cuestionamiento
genuino y verdadero respecto de la totalidad de las cosas que conforman la
realidad.
Y podrían
extraerse aspectos positivos de esta crítica, como la distinción entre
diferentes tipos o modos del escepticismo, pero la acusación arrojada por
Pierce contra Descartes parece ser al menos injusta y anacrónica, si la duda
fue en este caso un recurso real o imaginario nunca lo sabremos.
Podríamos también
injusta y anacrónicamente acusar a Descartes y a Pierce de ingenuos, pienso por
ejemplo, en un escéptico como Emil Ciorán quien ha realizado un tratamiento de
la duda totalmente diferente:
En “La caída en el tiempo”, este autor
plantea que la duda no es algo que alguien puede elegir, sino que es un estado
del que no podemos escapar, como si la duda nos hubiera sido predestinada desde
antes de nuestra propia existencia. El intelecto, al replegarse sobre sí mismo,
cae en un estado de esterilidad del que emerge la duda; es justamente en el
momento en el que reflexionamos acerca de nuestro propio pensamiento cuando ni
los absolutos nos alcanzan para desarraigar la duda que crece en nosotros
inevitablemente. La verdadera duda nunca será voluntaria, y así como no potamos
por el escepticismo, tampoco podemos elegir desarraigarnos de la verdadera
duda, que nos cae encima. “El escéptico es un fanático que persigue, con
intolerancia, la ruina de lo inviolable”. Pero la suspensión colectiva del
juicio es impracticable, la duda trasciende a los individuos, y aunque el
escepticismo nunca podrá ser la expresión conjunta de la humanidad, el fin
lógico de la duda es la inacción absoluta. El escéptico, entonces, se dedicará
a “hacer trampa en la vida”, puesto que se ve obligado a tomar decisiones y a
convivir con otros, lo que se le torna absolutamente difícil después de haberlo
destruido todo, por lo que solo le resta fingir. El escéptico alcanzó la
liberación. “El escéptico no sería más
que un fantasma… El escéptico se asemeja a Dios.”
(1)
Y se
plantea como accesible a todos los hombres sin excepción, justamente porque
constituye uno de los componentes del alma humana; inmediatamente después del
instante en el que Descartes intuye la certeza del cógito, afirma sin dudar que
además del pensar también son propias del alma las capacidades de desear y de dudar.
(2)
“Es
una vacilación anticipada sobre lo que haré en un momento venidero, o una
vacilación fingida acerca de un estado de cosas ficticio. Es la capacidad de
hacer creer que vacilamos… toda duda es un estado de vacilación respecto a un estado
de cosas imaginado”
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