lunes, 28 de septiembre de 2020

La duda para Descartes y para Pierce, diferencias y similitudes

En la obra de Descartes, se plantea la duda como una estrategia, una práctica destructiva, una herramienta intelectual de carácter crítico, y accesible a cualquier hombre(1) que desee utilizarla como punto cero antes de iniciar una indagación filosófica; aquí la duda tiene como objetivo principal la suspensión del juicio, estado a partir del cual se podrá comenzar a construir un conocimiento nuevo, pero de ninguna manera plantea Descartes un tipo de escepticismo extremo ni meramente negativo, no es su intención detenerse en la pregunta, el acto de dudar no es planteado como un fin en sí mismo; por el contrario, la duda cartesiana puede ser interpretada como un primer impulso voluntario hacia la búsqueda de una ciencia indubitable.

La propuesta cartesiana consiste en dudar de todas las creencias previas hasta tanto se establezca una certeza indubitable - clara y distinta - a partir de la cual se puedan deducir verdades más complejas y generales, pero no hay que perder de vista que esta propuesta es pensada para la construcción de una nueva ciencia, más no por ejemplo, para el campo de la ética, en el Discurso del Método se plantea claramente la necesidad de establecer una moral provisoria mientras se procede a cuestionar todas las verdades de la ciencia; se puede concluir a partir de esta distinción que la duda puede ponerse en práctica como resultado de un acto libre de la voluntad del individuo, es una acción deliberada, y no un acto involuntario que el hombre realiza porque posee la capacidad innata de dudar. Casi al final de la primera meditación, luego de poner en duda las verdades de las matemáticas por medio de la utilización del argumento del genio maligno, Descartes sostiene:

 “Me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, sin sangre, como falto de todo sentido, pero en la creencia falsa de tener todo esto. Me mantendré obstinadamente unido a este pensamiento, y si, por este medio, no está en mi poder llegar al conocimiento de alguna verdad, por lo menos está en mi poder suspender mi juicio.”

Pareciera ser que para Descartes el acto de dudar y la decisión de suspender el juicio son las capacidades más íntimas y genuinas que puede desarrollar un hombre, y es precisamente en este punto en el que difieren notablemente Descartes y Pierce, a saber, en lo que respecta a la relación entre la capacidad innata de dudar y el acto voluntario y verdadero – real – de poner en práctica la duda.

En primer lugar, digamos brevemente que la caracterización de la duda es realizada por Pierce, en oposición a la noción de creencia; se las define a ambas como estados mentales que ejercen efectos positivos en el individuo, y que, no obstante, difieren en sus características principales:

a). La duda: es un estado incómodo e insatisfactorio del cual queremos liberarnos, nos estimula a la indagación con el objeto de autodestruirse, es una vacilación anticipada(2), su único fin es llegar a establecer una nueva creencia.

b). La creencia: guía nuestros deseos y nuestras acciones, es un sentimiento más o menos seguro que se convertirá en hábito regulativo para nuestras acciones, es un estado tranquilo que anhelamos conseguir.

Hasta aquí podrían establecerse ciertas diferencias mínimas entre las nociones de duda en ambos autores; pero la distinción principal se puede rastrear en la sección de la obra de Pierce en la cual se plantean ciertas críticas a un tipo de escepticismo falso, irreal, fingido.

La crítica de Pierce consta de tres puntos:

1.      El mero hecho de imaginar una pregunta como punto de partida para iniciar una indagación no garantiza que la razón pueda llegar a establecer una nueva creencia, no se debe imaginar dicha pregunta, la duda filosófica debe ser real.

2.      Tomando el caso de un sistema filosófico demostrativo que parte de cierta o ciertas premisas verdaderas a partir de las cuales se deducen otras verdades indubitables, es necesario que la o las premisa primeras sean dudadas de hecho.

3.      Existe una tendencia en ciertas personas a dudar de cosas sobre las que todos los demás están de acuerdo, cuando la duda ha llegado a la instauración de una nueva creencia, seguir indagando al respecto no tiene ningún sentido.

“En los casos en los que no exista una duda real en nuestra mente, la indagación será una farsa estéril, un mero tapujo que mejor sería abandonar”

Podría interpretarse que Pierce acusa a Descartes de plantear un falso escepticismo, en el cual la duda es una mera pregunta imaginada y no un cuestionamiento genuino y verdadero respecto de la totalidad de las cosas que conforman la realidad.

Y podrían extraerse aspectos positivos de esta crítica, como la distinción entre diferentes tipos o modos del escepticismo, pero la acusación arrojada por Pierce contra Descartes parece ser al menos injusta y anacrónica, si la duda fue en este caso un recurso real o imaginario nunca lo sabremos.

Podríamos también injusta y anacrónicamente acusar a Descartes y a Pierce de ingenuos, pienso por ejemplo, en un escéptico como Emil Ciorán quien ha realizado un tratamiento de la duda totalmente diferente:

En “La caída en el tiempo”, este autor plantea que la duda no es algo que alguien puede elegir, sino que es un estado del que no podemos escapar, como si la duda nos hubiera sido predestinada desde antes de nuestra propia existencia. El intelecto, al replegarse sobre sí mismo, cae en un estado de esterilidad del que emerge la duda; es justamente en el momento en el que reflexionamos acerca de nuestro propio pensamiento cuando ni los absolutos nos alcanzan para desarraigar la duda que crece en nosotros inevitablemente. La verdadera duda nunca será voluntaria, y así como no potamos por el escepticismo, tampoco podemos elegir desarraigarnos de la verdadera duda, que nos cae encima. “El escéptico es un fanático que persigue, con intolerancia, la ruina de lo inviolable”. Pero la suspensión colectiva del juicio es impracticable, la duda trasciende a los individuos, y aunque el escepticismo nunca podrá ser la expresión conjunta de la humanidad, el fin lógico de la duda es la inacción absoluta. El escéptico, entonces, se dedicará a “hacer trampa en la vida”, puesto que se ve obligado a tomar decisiones y a convivir con otros, lo que se le torna absolutamente difícil después de haberlo destruido todo, por lo que solo le resta fingir. El escéptico alcanzó la liberación. “El escéptico no sería más que un fantasma… El escéptico se asemeja a Dios.”

(1)   Y se plantea como accesible a todos los hombres sin excepción, justamente porque constituye uno de los componentes del alma humana; inmediatamente después del instante en el que Descartes intuye la certeza del cógito, afirma sin dudar que además del pensar también son propias del alma las capacidades de desear  y de dudar.

(2)   “Es una vacilación anticipada sobre lo que haré en un momento venidero, o una vacilación fingida acerca de un estado de cosas ficticio. Es la capacidad de hacer creer que vacilamos… toda duda es un estado de vacilación respecto a un estado de cosas imaginado”

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