jueves, 21 de noviembre de 2019

Lo imposible como horizonte de lo deseable. ¿Por qué enseñar ficción en la escuela primaria?

Planificamos lo urgente y lo más importante, sabemos que aquello de lo cual no puede prescindir ningún alumno de ninguna escuela es nuestra responsabilidad, entonces priorizamos, para luego recortar y darle forma a cada día, a cada clase, y a cada actividad. 
Todo está previsto: luchar contra las faltas de ortografía, librar la batalla contra los tiempos verbales mal utilizados y levantar cada jornada la bandera de apoyo a la práctica de la oralidad. 
Cuando pensamos lo urgente, proyectamos alumnos que cuenten con una serie de capacidades específicas mínimas que le sirvan para comunicarse y aprender de y con los otros; pero, ¿cómo definimos lo urgente?, ¿quién define lo urgente?, ¿cómo se logra la delimitación de lo urgente?
Diría, en primer lugar y rápidamente, que lo que urge es lo imprescindible, y que sobre ello hay mucho documento curricular de base; lo que urge es aquello que falta, y que hay que reponer por ser esencial e irremplazable. Pero, si me detengo a pensar un poco, me pregunto ahora ¿lo que urge para qué?, ¿lo que urge con qué finalidad?, ¿lo que urge según los intereses de quién?
Y es entonces que fijamos un horizonte, el límite entre lo deseable y lo posible, entre lo esperable y lo real; de allí emerge el alumno al que aspiramos, ese individuo ideal que nos sirve de molde, al cual nos abalanzamos con todas nuestras fuerzas y quien, no obstante, se vuelve cada vez más impalpable en las aulas que habitamos efectivamente.
¿Y qué pasa si los límites que pensamos se tornan barreras sordas que intentan construir desde la nada un grupo de diferentes concretos y capaces, que aspiren a un ideal perfecto y prediseñado?, tal vez no se trata de empezar de cero, tal vez no se trata de un horizonte, sino de una barrera de lo posible.
Hablar de lo posible a priori implica una postura política, contiene una mirada, fija un punto de partida, limita, acota, cierra.
Personalmente, prefiero pensar como horizonte de lo deseable, lo imposible: lo inesperado a secas, todo lo que pueda salirse del molde, el desorden, lo absurdo, lo complejo y lo irresuelto. 

Y es en ese horizonte que se inscribe la urgencia de la ficción, la de pensar un mundo diferente, con otras reglas y otros valores, podemos pensar que urge tanto como descifrar un código, la capacidad de mirar el mundo con otros ojos, y al decir capacidad instalamos otra barrera, pues no se trata de ser capaces, se trata de arrojarse a la aventura de repensar la realidad entera; y allí emergen infinitas representaciones de nuestro interior y de nuestro entorno, fragmentos de nosotros mismos que podemos reconstruir y repensar desde múltiples puntos de vista.
Es así como planifico ampliar el aula para que allí quepan otros mundos, atravesados por el género fantástico, el absurdo y el surrealismo. Y es entonces que el ideal de alumno que pensaba y que urgía se desvanece entre los documentos que leo buscando respuestas, y deja de ser barrera u horizonte, y es entonces que urge la aventura del pensamiento, porque nunca es temprano para empezar a dudar del mundo que nos rodea, nuca es temprano para empezar a desconfiar de las palabras de los otros, de las miradas que definen el mundo este que ahora podemos amoldar y definir con palabras propias.
Estos géneros literarios constituyen armas, son potentes, amplían la mirada, arrasan con todo, no hay lógica que los limite ni realidad que los refute; dan rienda suelta a la rebeldía y a la imaginación como ningún otro género, son portadores de libertad y de sueños. Y acceder a ellos es tan importante como descubrir un día que LA REALIDAD como tal, no existe.
Abrir la puerta a estos géneros en el aula me parece una tarea urgente, y defino lo urgente como aquello que me permite ampliar mis propios horizontes y los de los demás; como todo aquello que pueda romper, desordenar y desestructurar la realidad tal como la conocía hasta ahora, con la simple pero importante finalidad de ser un filtro para interpretar el mundo, que ahora reviso a la vez que construyo, porque sí, y porque no hay otra forma de ser partícipe del mundo que protagonizándolo, tomando una postura, desdibujándolo y jugando con él. 
De eso se trata esta aventura que propongo para mi aula, de aceptar que la urgencia de lo imposible puede ser un horizonte de lo deseable, sin prejuicios ni restricciones.