martes, 17 de noviembre de 2009

SOBRE LA FUNCIÓN DE LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN EN LA POSTMODERNIDAD.




“El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos de vista del universo.”
JORGE LUIS BORGES, El Aleph







I. LOS MEDIOS Y LA MIRADA POSTMODERNA DE LA REALIDAD.


Dado que es el propósito del presente trabajo efectuar un modesto análisis del modo en el cual los medios de comunicación, masivamente, nos relatan nuestra propia historia, con una pretendida objetividad de relator neutro y utilizando discursos que emergen de nuestras propias prácticas, los cuales constituirían ante los ojos de la mayoría, claros reflejos a posteriori de nuestras vivencias personales; me pareció de relevancia comentar brevemente las características que algunos pensadores postmodernos atribuyeron a este dispositivo informativo-comunicacional.
Dos cuestiones hay que nos atañen a este respecto:
En primer lugar y hablando un poco del contexto en el cual serán tratados aquí los medios de comunicación, se podría decir que si hay un fenómeno que caracteriza a esta cultura postmoderna es sin dudas, la desaparición o la pérdida de la visión de la historia como relato universal; la fragmentación de la unidad histórica y su correlativa transformación en un conglomerado de acontecimientos inconexos y discontinuos, que no hacen otra cosa que reflejar la forma misma en la que se comporta la realidad que nos rodea: el mundo ha dejado de ser un lugar seguro para los hombres; cognoscible, aprehensible o verdadero son adjetivos que han sido reemplazados por los temidos mudable, contingente o incierto.
Pero, podría pensarse también que la pérdida tanto del sentido de la realidad, como de la unidad de la historia, son resultados liberadores para el hombre.
En tal sentido, los sujetos ya no se verían envueltos en la cosmovisión histórica moderna; la cual, digamos brevemente, implicaba una visión de la historia que es una, que no se diluye en un montón de acontecimientos irreconciliables, sino que supone un sentido unitario de todo lo real; que sostenía una marcha de la historia en el sentido del progreso y de la superación, dirigida a la emancipación, y siempre hacia un final feliz.
Esta visión moderna del transcurso de la historia le permitía al hombre armonizar las contradicciones, a la vez que le posibilitaba el reconocimiento de su verdadera y propia identidad.
La visión moderna, por lo tanto, se encuadra en un contexto de legitimación metafísico-historicista; y se caracteriza, parafraseando a G. Vattimo, por la preponderancia del “pensamiento fuerte” o “pensamiento de la fundamentación”; que será reemplazado en la postmodernidad por el “pensamiento débil”.
Y agreguemos a esto, que en la visión moderna, la verdad la tiene aquel que adopta el punto de vista de la totalidad.
Por otra parte, y ya adentrándonos en la problemática postmoderna, debemos considerar cuál es el rol de los medios de comunicación en esta cultura de la representación fragmentada de lo real, en lo que respecta al relatar o al interpretar.
También siguiendo la argumentación de G. Vattimo, podemos comenzar a pensar que, si la conciencia postmoderna se halla modelada por una nueva percepción de la temporalidad cuyo rasgo distintivo es la exaltación del tiempo presente, existe por ello, un difuso sentimiento de hallarse anclado en un tiempo que se ha vaciado de toda referencialidad.
La absolutización del tiempo presente supondría para el hombre una renuncia a verse como una prolongación del tiempo pasado, e imposibilitaría la capacidad de pensar en lo que va a venir, esto implicaría una paradoja: el tiempo presente es continuo (está siempre o siempre es presente), pero a la vez es evanescente, efímero.
Otros analistas, provenientes de otros campos de estudio, como el de la psicología social y el de la sociología, atribuyen también a este período, una serie de fenómenos que parecen ser cada vez más notorios:
La pérdida de la abstracción y de la metáfora; el deterioro del lenguaje; el empobrecimiento de los contenidos, en contraposición con la preponderancia de las formas; la exacerbación de la acción, en clara oposición a la introspección y a la reflexión; el debilitamiento de la línea que separa lo íntimo o privado de lo público, producto de la constante exposición a la que se ven sometidos los individuos en esta sociedad postmoderna que hace un culto de la imagen, la belleza, el éxito y la juventud; entre otros.
“Las historias postmodernas sólo quieren ser eso, una historia y nada más, no hay atribución de sentido posible, y las posibilidades reconstructivas de la hermenéutica quedan cerradas u obturadas por una estética minimalista.”
Lo que se está diciendo aquí es que no hay rebelión lingüística porque lo que se ha extinguido es el espíritu de rebelión; y continúa diciendo Pérez Lindo:
“En una sociedad en la que las diferencias se disuelven, los lenguajes no proporcionan resistencias. Lo que ha desaparecido es la importancia del contenido. (…) El mundo pierde su profundidad y amenaza con convertirse en una superficie brillosa, en una ilusión estereoscópica, un flujo de imágenes fluidas carentes de densidad (…) Como todo lo que huele a artificio, estos tiempos parecen retornar al Barroco: la vida como representación, el mundo como escenario, la existencia como un esfuerzo inútil e irredento. Entonces nos encontramos con una estética de los excesos en paradójica combinación con una estética minimalista, sin pretensiones de transgresión semántica.”
Ahora bien, tomando en cuenta las características mencionadas, resulta evidente concluir que es de suma importancia el papel que los medios de comunicación juegan en este cambio del modo de relacionarse el hombre con el mundo y consigo mismo. También lo es que el discurso de la cultura multimedial tiene un alto contenido filosófico.
Los medios masivos de comunicación social pueden ser considerados, en términos de Foucault, un dispositivo perfecto para emprender el dominio tanto de la vida pública como de la privada.
Los “mass media”, como los llama G. Vattimo, ocupan un lugar destacado en la postmodernidad, son uno de los factores que dan cuenta de la disolución de la modernidad.
“Los mass media expresan el sentido postmoderno del ser, proporcionan unas lecturas hermenéutico-ontológicas de la postmodernidad.”
Para este autor, se puede afirmar que los mass media constituyen la sociedad postmoderna como tal, en tanto que no expresan una realidad unitaria, sino que permiten la confrontación y la difusión de lo marginal y lo no oficial, presentan un conflicto de imágenes del mundo, diferentes tablas de valores y expresiones diversas que ahora conviven; el discurso universal en estos términos es imposible, a una realidad en sí no se puede acceder a través de los media.
La realidad entonces, estaría conformada por un conjunto heterogéneo de interpretaciones, por una suma de cosmovisiones. Y la sociedad de los mass media no sería ya una sociedad transparente sino que, por el contrario, expresaría su complejidad permitiendo la emergencia de lo contradictorio y de lo ambiguo.
Es probable que algunas de estas reflexiones sean una conclusión tardía pero coherente con algunos de los pensamientos de Nietzsche y de Heidegger; que ya anunciaban hace tiempo el advenimiento de la reflexión sin fundamentación, el reemplazo del pensar por el representar, y la conversión del mundo en una fábula.
Si bien resulta bastante convincente todo este panorama, existe un punto en el que debo disentir con lo que plantean los analistas postmodernos; me refiero al carácter liberador de los medios de comunicación: donde pudiera verse la posibilidad de una pluralidad de discursos conviviendo en un mismo sitio y para todos, veo una creciente relativización de los relatos, me refiero a que la absolutización y el dogmatismo son tan peligrosos como la relativización y el “todo vale”, especialmente en lo que respecta a valores culturales.
Y aunque también considero que es positivo el abandono de los discursos hegemónicos y universales, no me convence la idea de que valores tales como la belleza, la verdad y la bondad sean, simple e inocentemente, producto del consenso social, sobre todo si ese consenso es regulado estratégicamente por los medios masivos de comunicación.
“Los medios generan sentido común y consenso, son un instrumento heurístico y un catalizador de los fenómenos culturales.”
No puedo dejar de mencionar que me resulta sumamente interesante la forma en la cual conviven una visión de los medios como agentes liberadores, o posibilitadores de la emergencia de lo marginal, y caracterizados por la coexistencia armónica de una pluralidad de discursos, que incluso hasta se presentan como contradictorios, y aún así, resultan complementarios; con una visión de los mismos en la cual constantemente se denuncia su carácter totalizante, relativista, universalista y empresarial.
Pensaba, debido a ello, en un hecho reciente, en el cual se vio claramente una disputa por el poder, o por la posesión del poder de la dominación - debería decir si quiero referirme correctamente a este suceso -, hablo del actual debate sobre la reforma de la ley de medios audiovisuales, y sus aunque ruidosas, aún hipotéticas consecuencias.
A continuación, quisiera ejemplificar brevemente una de las hipótesis que motiva este trabajo: la idea de que existen mecanismos gracias a los cuales los medios masivos de comunicación validan y normalizan algunas cuestiones de orden social que se nos presentan como naturales, y que se relatan con pretendida objetividad; constituyendo verdaderos fragmentos de nuestra propia historia como país y como sociedad, a la vez que se consolidan como mercancías que los individuos consumimos, y que por tanto adquieren un gran valor en el mercado de los relatos que contribuyen a la construcción o a la consolidación de la identidad nacional o social actual.

II. LA CONSTRUCCIÓN DE LA IMAGEN DEL POBRE Y EL DISCURSO SOBRE LA POBREZA EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN.

Lo des-alineado, lo otro, se percibe como una amenaza, los otros son lo opuesto a nos-otros, lo otro atenta contra nuestra integridad, contra la unidad; borra las diferencias, y nada más peligroso que lo diferente para una sociedad masificada.
Lo otro cumple una función cultural y psicológica, lo otro nos define por oposición. En momentos en los que el exterior se percibe como cambiante y caótico, lo otro nos sustancializa: del otro lado, el caos, la incoherencia,… de este lado, la lógica y la verdad.
En los medios de comunicación, a la vez que se construye una historia compartida por el conjunto mayoritario de la sociedad, en la que constan las vivencias y los valores comunes a todos sus miembros; también a los grupos marginales se les construye una historia propia, con otras experiencias y otros lenguajes, que al mismo tiempo los determinan y constituyen como tales.
Los medios de comunicación tratan sobre unas extrañas mercancías, los medios de comunicación tratan de varios relatos, que son constituidos a partir de lo social concreto, y que a la vez son constituyentes de todo lo social.
Pero, ¿en qué consiste esta estrategia que se va conformando por pequeñas, pero cada vez más aceleradas, tácticas de demarcación de los componentes del conjunto social?
Siempre se trata de lo mismo, de ocultar las verdaderas razones que generan las diferencias económicas que se traducen en diferencias sociales.
Y mientras que tales diferencias sean tratadas como si fueran metafísicas, sustanciales, seguimos entendiendo lo último como si fuera lo primero, y viceversa.
Las experiencias que comparten los miembros de un grupo social y las prácticas que realizan aparecen como a priori de la pertenencia de sus miembros a dicho grupo.
Un delincuente comete un delito justamente porque es un delincuente, y no a la inversa.
Sin embrago, pensemos lo siguiente: que son las prácticas que realizan las que constituyen a los individuos como pertenecientes a un grupo determinado.
O, ¿acaso la delincuencia es un fenómeno que a priori es característico, e inherente a los grupos marginales, con independencia de si los miembros del grupo cometen delito alguno?
El marginal es aquel que justamente, está al margen de lo común, es un desviado, un perverso, que no se ajusta a los valores compartidos por la mayoría. Y estos valores se les presentan al marginal como contradictorios, incoherentes e inválidos o inaplicables a su ámbito cotidiano.
Por otra parte, los códigos que el marginal adopta como propios son interpretados por la mayoría justamente como inválidos, contradictorios, incoherentes e inaplicables…
Pero, ¿en qué radica esta necesidad de postular valores diferentes para grupos sociales diferentes?
Pues, es obvia la respuesta: la justicia (o mejor dicho, la administración de la justicia) no puede ser la misma para todos, o no serían diferentes las prácticas que los miembros de la sociedad debieran realizar para pertenecer a un grupo específico y diferenciado de los otros grupos que componen el heterogéneo conjunto social.
Pensaba en un ejemplo que se presenta a diario en los medios de comunicación: me refiero a la representación de la delincuencia desde el discurso de los medios dirigido a los espectadores de clase media; y pensaba en una serie de preguntas y respuestas que se entrelazan casi con la necesidad de una implicancia lógica.
¿Por qué delinque el delincuente? Delinque porque no tiene trabajo.
¿Por qué no trabaja el delincuente? No trabaja porque es un vago, no trabaja porque se ha constituido como tal (como no-trabajador) en un contexto familiar, social y cultural de delincuencia, desocupación, analfabetismo y asistencialismo.
El delincuente porta un estigma, un estigma del cual es culpable ante los ojos de la clase media. Al delincuente no le gusta trabajar, el delincuente elige vivir una vida cómoda, sin responsabilidades ni preocupaciones, el delincuente ni siquiera paga sus impuestos, y no obstante, hace uso de la salud y de la educación públicas.
El delincuente no busca mejorar la situación social en la que vive por una razón muy simple: el marginal goza de la vida que posee, el marginal quiere vivir como vive, él es el único responsable de sus condiciones de existencia, él está bien así, y por ello, está bien que así sea.
Por otra parte, suele ocurrir que esa mirada sobre lo que es percibido como ajeno no siempre entiende que lo otro debe ser motivo de temor o miedo, esa realidad otra en el mejor de los casos es comprensible y justificable.
Y es entonces que irrumpe la victimización del marginal, esos otros, “pobres”, nada pueden hacer, o nada deben hacer para modificar esa realidad que los precede (y pareciera que no hablamos de los mismo, pero las más de las veces el ser y el deber ser se confunden en este tipo de relatos que anulan esas otras y pobres voces).
Entonces miremos para otro lado, naturalicemos el orden que divide a la sociedad entre nos-otros y esos otros pobres víctimas. Esos pobres no pueden tomar decisiones (o no deben tomar decisiones, es lo mismo), esos pobres no tienen la educación necesaria y suficiente para participar de la vida política (o no deben tener la educación necesaria y suficiente para participar de la vida política, es lo mismo); ¡pobres! No pueden hacer nada para vivir mejor (o no deben hacer nada, ¡es lo mismo!)
Este proceso de naturalización de lo instituido para los otros pero no obstante inválido para nos-otros cumple una función segunda en la clase media.
Aristóteles define - en “La Poética” - a la tragedia por sus propiedades catárticas: gracias a ella, los espectadores comparten sus miedos y disminuyen el peso de sus culpas; por medio de ella, los espectadores purgan sus almas en este desocultamiento de lo trágico del destino.
Del mismo modo, en los medios de comunicación el discurso sobre los desafortunados marginales permite a la clase media purgarse de su incidencia en este infortunio del cual los primeros son víctimas; en esta espectacularización de la tragedia marginal, el hombre de clase media se desliga, se des-culpabiliza respecto de la realidad de los otros.
Pero este discurso es justamente eso, una espectacularización, una puesta en escena, un relato artificial y construido, que no se corresponde con las vivencias reales de los individuos concretos que las protagonizan.
No se trata más que de un relato ficticio que viene a reemplazar las experiencias reales. No obstante, este relato se presenta como verdadero, y todo aquello que no sea coherente con este relato se percibe como excepcional: el pobre que consigue un bienestar económico similar al de los miembros de la clase media es una excepción (o debe ser una excepción), el pobre que accede a estudios universitarios es una excepción (o debe ser una excepción).
Entonces, ¿qué relata el relato?: el relato relata un status quo.
¿Qué naturaliza este proceso de naturalización?: naturaliza lo anti-natural
¿Qué sustancializa este proceso de sustancialización?: sustancializa hechos, acontecimientos y movimientos tácticos que no son cosas que nos preceden metafísicamente a los sujetos concretos.
Las desigualdades sociales no estuvieron ahí siempre, independientemente de nosotros como cosas, los otros pobres y marginales no estuvieron ahí siempre independientemente de nosotros y de nuestras prácticas, y los relatos sobre los real y sobre el modo en el que la realidad actualmente se bifurca no fue siempre el mismo, no estuvo siempre ahí, como una cosa, independientemente de nuestra existencia.
Los relatos son hoy, reales objetos de consumo. En el negocio de los relatos hay para todos los gustos, hasta me parece escuchar: “adquiera aquí la realidad que más le guste, y si no está conforme con el producto le devolvemos su dinero…”
La fantasía ha cedido su lugar a lo real, lo que se puede imaginar se puede ver, y lo que se puede ver, es. Ya lo dice el conocido slogan del popular canal trece: “si lo podemos soñar, lo podemos ver”
Existen relatos de diversos tipos: el relato acerca del éxito, el relato acerca de lo políticamente relevante, el relato acerca de lo bueno, lo bello y lo verdadero.
El peligro que ronda cuando el relato toma el lugar de las vivencias concretas es que lo interpretativo adquiere el carácter de objetividad, y así instaura y naturaliza valores que no son susceptibles de revisiones.
El relato, además de ser una ficción, o al menos una construcción recortada de lo que acontece o aconteció, tiene una forma, un esquema.
El relato se comporta siguiendo un determinado conjunto de leyes, se ajusta a un patrón: en él no son admisibles elementos contradictorios como perteneciendo a un mismo grupo de objetos.
Lo real se ajusta a la regla lógica – (A . – A ). El relato tiene una estructura del tipo condicional (P entonces Q), y por ello, el relato puede predecir, anticiparse a los hechos concretos. Incluso los relatos sobre lo desordenado e ilógico mantienen una lógica interna, se debe a que siempre que los hechos sean trasladados a los discursos, no serán las leyes de la experiencia las que los condicionen, sino que por el contrario, estarán siempre determinados por reglas lingüísticas, discursivas y lógicas.
Pienso en todo esto y no puedo dejar de repetirme: ¡Oh! ¡Dichosos aquellos que se mueven y hasta respiran lógicamente!