Construí hace poco una verdad y la sostuve a rajatabla, decidí entonces adecuar mis actos a mis pensamientos, y celebré el día de la coherencia, al parecer todo iba bien. Cada cosa en su sitio, sin improvisaciones, sin imprevistos. Y ahí la encontré; tan cerca, cálida y palpable, una real felicidad, consistente y simple, simplemente verdadera.
Pero, como dijo Schopenhauer: “habiendo colocado todos los dolores en el infierno, no se ha dejado para el cielo más que aburrimiento...”, esa verdad se tornó dócil, obvia, insignificante.
Y entonces comencé a intentar arrancarme esa felicidad, de la piel, de las entrañas; pero ella se me había metido tan adentro! Qué desilusión al descubrir que desde ahora y para siempre debería convivir con ella.
Pensé ignorarla por un tiempo, tal vez aburrida u ofendida, decidiera por su cuenta marcharse, pero no. La felicidad nunca es reflexiva, no puede ser crítica ni mirarse a sí misma con desprecio. Volvía la mirada hacia adentro y ahí estaba, cada día, también mirándome, como quien mira a su presa, con la particular ternura de una felicidad feliz.
Intenté todos los métodos que conocía. Fingí una tarde una tristeza inmensa, pero no funcionó, la felicidad vino a consolarme con risas y canciones, su mirada de madre buena fue tan convincente, tan sincera.
Intenté otro día no hacer absolutamente nada, me quedé inmóvil mirando el techo, pero tampoco eso funcionó. Ella se acostó a mi lado y abrazándome muy fuerte logró que felizmente me durmiera, flotando noté que se atrevió a espantar mis pesadillas, y con una caricia suave borró el sendero que usualmente seguían mis lágrimas en estallidos tristes de llanto, ahora tan lejanos.
Intenté por último, construirle una mentira, para que le hiciera compañía. Al principio no se llevaban bien, solían discutir por horas dejándome al margen. Pensé: al menos la tengo entretenida, tal vez con el tiempo se aleje por completo de mi lado.
Pero ¡Cómo son las contradicciones! ¡No pueden arreglárselas solas! ¡Siempre tan dependientes! Buscaban un agente neutro que tomara partida por una o por la otra, porque no soportan la idea de no conseguir objetividad, y buscan siempre la validez universal.
No me dejaban en paz un solo día, y hasta el simple trabajo de ignorarlas requería el doble de esfuerzo de mi parte. Esto no estaba funcionando, verdad y mentira me hacían perder el tiempo. Intentaba ofenderlas tomando distancia pero era imposible. Estaban todo el día gritándose y refutándose, una demostraba las incoherencias de la otra, y la otra le respondía con ejemplos cotidianos, y hasta citando a Hegel.
Recuerdo todavía esa época de infinitas discusiones donde estúpidas preguntas no me dejaban dormir, y como crucigramas incompletos, tiraban de mis ropas buscando respuestas satisfactorias.
Una mañana al bajar de la cama, tropecé con ¿cuál es el sentido de la vida? Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Y entonces dije: ¡Basta! ¡Ya imagino cómo seguirá esto! Sus hermanas ¿Cuál es la esencia del ente en cuanto tal? Y ¿Por qué dios creó el mundo? Pronto estarían acechándome para que les dedique horas, no minutos, porque no se si les comenté cual es la naturaleza de tamañas e insolentes preguntas ¡suelen ser tan insistentes y entrometidas! Que, acusando de vanas y frívolas a las demás, se encargan de arrojarlas a todas por la ventana cuando apenas terminan de ser formuladas. Esta situación sería absolutamente desgastante, insostenible y poco productiva para mí, de proyectarla al infinito.
De repente, como por intuición, o tal vez simplemente por obra de la casualidad, me encontré con la solución al problema, y era tan simple, que ni siquiera me asombró el día que desde un rincón me dijo: “mentira y verdad, o felicidad y tristeza, mueven el mundo, que no es otra cosa que una gran contradicción; sus hijas, las estúpidas preguntas sin sentido, tapan los poros del espíritu por los cuales el oxígeno entra para expandirlo. Una vez contaminado, el espíritu enferma de problema existencial. Yo soy solución y tengo la cura definitiva, si es que has probado antes la duda, el error y la fe ciega, sin que dieran resultado. Yo soy solución, tu solución espíritu cansado, si es que te atreves a vivir sin problemas: …”
Pero, como dijo Schopenhauer: “habiendo colocado todos los dolores en el infierno, no se ha dejado para el cielo más que aburrimiento...”, esa verdad se tornó dócil, obvia, insignificante.
Y entonces comencé a intentar arrancarme esa felicidad, de la piel, de las entrañas; pero ella se me había metido tan adentro! Qué desilusión al descubrir que desde ahora y para siempre debería convivir con ella.
Pensé ignorarla por un tiempo, tal vez aburrida u ofendida, decidiera por su cuenta marcharse, pero no. La felicidad nunca es reflexiva, no puede ser crítica ni mirarse a sí misma con desprecio. Volvía la mirada hacia adentro y ahí estaba, cada día, también mirándome, como quien mira a su presa, con la particular ternura de una felicidad feliz.
Intenté todos los métodos que conocía. Fingí una tarde una tristeza inmensa, pero no funcionó, la felicidad vino a consolarme con risas y canciones, su mirada de madre buena fue tan convincente, tan sincera.
Intenté otro día no hacer absolutamente nada, me quedé inmóvil mirando el techo, pero tampoco eso funcionó. Ella se acostó a mi lado y abrazándome muy fuerte logró que felizmente me durmiera, flotando noté que se atrevió a espantar mis pesadillas, y con una caricia suave borró el sendero que usualmente seguían mis lágrimas en estallidos tristes de llanto, ahora tan lejanos.
Intenté por último, construirle una mentira, para que le hiciera compañía. Al principio no se llevaban bien, solían discutir por horas dejándome al margen. Pensé: al menos la tengo entretenida, tal vez con el tiempo se aleje por completo de mi lado.
Pero ¡Cómo son las contradicciones! ¡No pueden arreglárselas solas! ¡Siempre tan dependientes! Buscaban un agente neutro que tomara partida por una o por la otra, porque no soportan la idea de no conseguir objetividad, y buscan siempre la validez universal.
No me dejaban en paz un solo día, y hasta el simple trabajo de ignorarlas requería el doble de esfuerzo de mi parte. Esto no estaba funcionando, verdad y mentira me hacían perder el tiempo. Intentaba ofenderlas tomando distancia pero era imposible. Estaban todo el día gritándose y refutándose, una demostraba las incoherencias de la otra, y la otra le respondía con ejemplos cotidianos, y hasta citando a Hegel.
Recuerdo todavía esa época de infinitas discusiones donde estúpidas preguntas no me dejaban dormir, y como crucigramas incompletos, tiraban de mis ropas buscando respuestas satisfactorias.
Una mañana al bajar de la cama, tropecé con ¿cuál es el sentido de la vida? Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Y entonces dije: ¡Basta! ¡Ya imagino cómo seguirá esto! Sus hermanas ¿Cuál es la esencia del ente en cuanto tal? Y ¿Por qué dios creó el mundo? Pronto estarían acechándome para que les dedique horas, no minutos, porque no se si les comenté cual es la naturaleza de tamañas e insolentes preguntas ¡suelen ser tan insistentes y entrometidas! Que, acusando de vanas y frívolas a las demás, se encargan de arrojarlas a todas por la ventana cuando apenas terminan de ser formuladas. Esta situación sería absolutamente desgastante, insostenible y poco productiva para mí, de proyectarla al infinito.
De repente, como por intuición, o tal vez simplemente por obra de la casualidad, me encontré con la solución al problema, y era tan simple, que ni siquiera me asombró el día que desde un rincón me dijo: “mentira y verdad, o felicidad y tristeza, mueven el mundo, que no es otra cosa que una gran contradicción; sus hijas, las estúpidas preguntas sin sentido, tapan los poros del espíritu por los cuales el oxígeno entra para expandirlo. Una vez contaminado, el espíritu enferma de problema existencial. Yo soy solución y tengo la cura definitiva, si es que has probado antes la duda, el error y la fe ciega, sin que dieran resultado. Yo soy solución, tu solución espíritu cansado, si es que te atreves a vivir sin problemas: …”
Amiga, solíamos encontrar verdades propias en
palabras ajenas o de otro tiempo...
palabras ajenas o de otro tiempo...
Así voy a recordarte.
Sin sentidos.
Sin moralejas.
Del mismo modo te quiero
y del mismo modo voy a extrañarte.
Carola Fernández Parri