domingo, 30 de abril de 2017

Platón: Alegoría de la caverna

PLATÓN, República, Libro VII, Ed. Gredos, Madrid 1992 (Traducción de C. Eggers Lan).

(514a) – Después de eso –proseguí– compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, 1 como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.
– Me lo imagino.
– Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
– Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.
– Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí? – Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
– ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique?
– Indudablemente.
– Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los objetos que pasan y que ellos ven?
– Necesariamente.
– Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?
– ¡Por Zeus que sí!
– ¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales transportados?
– Es de toda necesidad.
– Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?
– Mucho más verdaderas.
– Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le muestran?
– Así es.
– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?
– Por cierto, al menos inmediatamente.
– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.
– Sin duda.
– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo como es en sí y por sí, en su propio ámbito.
– Necesariamente.
– Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.
– Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.
– Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?
– Por cierto.
– Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y «preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre» o soportar cualquier otra cosa, antes que volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida?
– Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes que soportar aquella vida.
– Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
– Sin duda.
– Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
– Seguramente.
– Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada–prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas, que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.
– Comparto tu pensamiento, en la medida que me es posible.

La filosofía griega clásica/ Los filósofos presocráticos

  1. Los filósofos presocráticos

Los primeros pensadores griegos[1] que realizaron especulaciones filosóficas partieron de la pregunta por el origen del cosmos, por el principio de las cosas: ¿de dónde proviene todo?, ¿cuál es el origen del universo?, ¿cuál es la materia primigenia de la que todo es consecuencia?, ¿cuál es la sustancia fundamental que permanece a través de los cambios?
Predominó en este período la pregunta por el arché o fundamento de todas las cosas.
Y así es como se sucedieron diversas propuestas, en primer lugar surgió el naturalismo (preguntas acerca de la naturaleza) de la mano de la Escuela Jónica cuyos principales exponentes fueron Tales de Mileto, Anaximandro y Anaxímenes: ante la pregunta por la materia primordial de la que derivan todas las cosas, Tales responde que el agua, Anaxímenes sostiene que todo proviene del aire, y Anaximandro del infinito.
Posteriormente, los filósofos se plantean nuevas preguntas: ¿cómo es la realidad?, ¿hay algo en ella que permanece?, ¿o está en constante devenir? Los máximos exponentes de esta filosofía son Heráclito y Parménides, quienes sostienes posturas opuestas. Heráclito sostenía que todo lo que es, está en constante movimiento, fluye, cambia; que todo pasa y nada permanece. Parménides, en cambio, propone pensar a la realidad como un todo armónico, “el ser es” y allí está incluido el universo completo.
Finalmente, vino el auge del humanismo de la mano de un grupo de filósofos llamamos Los Sofistas efectuaron un giro en torno al objeto de la pregunta filosófica, la cual ya no buscaría el fundamento de todas las cosas en sustancias o elementos externos al sujeto, sino que proponía pensar al hombre como medida de todas las cosas. Estos filósofos se entrenaban en el dominio de la palabra para convencer a otros con argumentos infalibles. Un sofista, entonces, era una persona que podía argumentar en favor de una postura o su opuesta de modo efectivo, logrando vencer y convencer a su interlocutor.

  1. La mayéutica socrática en busca de los conceptos

Sócrates encarna el ideal de filósofo que nos representamos hasta nuestros días; un hombre que iba por la ciudad conversando con todos, cuestionando y haciendo preguntas acerca de obviedades, que no obstante, nadie podía responder. El método socrático, al que denominamos “la mayéutica”, consistía en la búsqueda de definiciones o conceptos por medio del diálogo y las preguntas reiteradas y reformuladas. “Solo sé que no sé nada”, con esta frase Sócrates quería representar la idea de que el conocimiento debe ser revisado, era una clara invitación a los jóvenes de la época a debatir y cuestionarse sus propias creencias. Sin dudas, Sócrates fue una personalidad muy importante pero esta actividad que desarrolló en la polis le costó la vida, hecho que impresionó fuertemente a su sucesor: Platón, quien lo incluyó en sus obras como el portavoz principal de su propia teoría[2].





[1] De los que se tiene registro a partir de su mención en obras de algunos filósofos que los precedieron.
[2] Hay que mencionar que es difícil separar al Sócrates histórico con  sus enseñanzas, del Sócrates como personaje presente en las obras de Platón, pero existe bastante consenso entre los investigadores del área en  lo que respecta a las características de la producción estrictamente platónica.