martes, 19 de mayo de 2009

Ich Siedler

Que si podemos modificar-nos el pasado?
Que si podemos olvidar-nos?
Que si podemos inventar-nos recuerdos?
Que si podemos encontrar-nos en otros viejos?
Que si podemos encontrar-nos en otros nuevos?
Pues… Lo hacemos todo el tiempo, individuos corrientes, sin dones, y con sólo dos ojos sobre las narices. Al recordar, a veces, distorsionadamente. Y otras, olvidándonos de nosotros mismos.
Pues… Solemos buscar una parte perdida de nosotros mismos creyendo que algunos otros las guardan cual tesoro; mas, esa creencia es incierta a veces; y por consiguiente, esa búsqueda ineficaz. De suerte que esos otros guardan fragmentos insignificantes de nuestro pasado, anécdotas deformadas, palabras que ni siquiera dijimos, imágenes en las que ni siquiera estamos.
Pues… Nos resulta raro a veces, el proceso asociativo del que otros se sirven para guardarnos, entonces también revisamos los propios recuerdos, y al replegarnos descubrimos a veces, cuántos otros al parecer no nos significaron nada, cuántos otros añoramos sin saber a ciencia cierta por qué motivo o causa. Y nos llama la atención esa nostalgia de cosas que no hemos perdido, pero en nuestro afán infinito de ordenarlo todo, ubicamos un objeto de añoranza en la memoria, tal vez para ocultar-nos, que no han existido aún en nuestra vida otros dignos de llamarse irreemplazables. O sí, pero cuesta recordar – y no se trata de invocar objetividades – otros definitivos, tal vez porque entes tales no existen, o tal vez porque somos incapaces de definir. No obstante, es injusto cuestionar los suspiros que algunos otros nos provocaron hace tiempo. Los recuerdos no merecen ser reinterpretados o resignificados, puesto que ya no nos son contemporáneos.
Pues… por suerte, existen unos otros que sí nos recuerdan a nosotros mismos y esa sensación de llegar a casa. Otros en los que rebotamos y que nos devuelven una versión mejorada de nuestras propias palabras. Por suerte existen momentos repetibles, y esos otros que nunca terminan de irse y de los cuales tampoco nos apartamos.
Pues… es raro como a veces alguien, repentinamente y a priori, nos envuelve de palabras y gestos conocidos, construyendo sólidas complicidades en segundos. Con alegría sonreímos por dentro, mientras nos apropiamos, de ese otro, o mejor dicho, de esa parte de nosotros que ese otro nos pone en frente, cual regalo.
No sé en qué páginas dejé olvidado ese fragmento de mi vida que incansablemente busco, en qué libro, que ya no me sorprende. No sé en qué conversaciones he dejado de ser lo que era, pero trato de recordarlas todas, por las dudas, como si pudiera deshacerlas en la memoria para reconstruirme. Cierro los ojos, como si pudiera tornar la vista hacia adentro. Y busco, cosas que añoro pero que no encuentro, y entonces construyo, en mi memoria: un sabor a mar en los labios, un olor a tierra mojada cuando empieza a llover, un ruido de ramitas que se quiebran al pisarlas, un frío de copo de nieve que se desvanece entre mis dedos. Pero nada de eso me pertenece. Seguramente porque no pertenecen a nadie. Entonces miro más adentro y no encuentro, por ejemplo, el asombro de leer por vez primera que dios ha muerto.
Pues… Por suerte la búsqueda incansable se torna indiferencia.
Esta búsqueda no tiene sentido, repito. Abro los ojos y nuevamente me pierdo.
Por suerte el olvido… repito, sin recordar como termina la frase.
Y me pierdo.