El
monismo y el pluralismo son dos paradigmas metafísicos que intentan explicar
cómo es o cómo está conformado el mundo, qué ente o entes conforman lo que
podrá denominarse realidad, y si eso que consideramos lo real es Uno o múltiple. Esta cuestión ha sido el nudo central de
la metafísica clásica y aun hoy se sigue debatiendo al respecto. Para
ejemplificar brevemente, podríamos situar del lado del monismo a las filosofías
de Parménides, Plotino, Escoto Eriugena, Giordano Bruno, Spinoza y Hegel; en
las cuales lo real se identifica con lo Uno y con el verdadero ser, y donde
la multiplicidad de lo que compone o forma parte de lo Uno es, o bien una expresión de lo Uno, o bien un momento o modo
de ese Absoluto, eterno e inmutable
que es el verdadero ser. Por otra parte, nos encontramos con paradigmas
filosóficos opuestos a los anteriores que sostienen la preponderancia de la
multiplicidad por sobre la unidad, tal es el caso de la Sofística, y de las
filosofías de Berkeley, Hume y Nietzsche, entre otras, quienes plantean la
imposibilidad de reducir la infinita multiplicidad de seres, entes, objetos
experiencias o hechos a un Absoluto, universal y necesario.
En
el capítulo Un mundo, muchos mundos,
ningún mundo de su libro “Introducciones a la filosofía”, Samuel Cabanchik
define estas dos corrientes del siguiente modo:
“Cuando
la tendencia monista predomina, el pensamiento filosófico cifra su destino en
la descripción comprensiva de lo real en términos de una totalidad unificada y
absoluta, se considere esta cognoscible o no. Los filósofos pluralistas, en
cambio, acentúan la diversidad de perspectivas que nos entrega nuestra
experiencia del mundo, sin que se juzgue posible, conveniente o necesario un
procedimiento reductivo que reconduzca tal experiencia múltiple a una unidad
más básica o fundamental”
A
continuación, Cabanchik introduce la noción de “marco conceptual de nuestra experiencia común”, al que describe
como un esquema conceptual básico que poseemos todos los hombres y por medio
del cual analizamos, comprendemos y vivimos en el mundo; tal esquema nos
proporcionaría una concepción ontológica que consideramos verdadera
ajustándonos a un criterio de verdad de tipo aristotélico (criterio de verdad
por correspondencia o adecuacionista).
Por
último, gracias al análisis de ciertos pasajes de Cratilo y El sofista de
Platón, sitúa este autor a la metafísica platónica entre las corrientes filosóficas
pluralistas:
“Estas
consideraciones sobre algunos aspectos de la filosofía de Platón nos han
llevado a concluir que él mismo, en su misión de concebir el mundo verdadero,
debe admitir que no habría tal mundo sin la posibilidad de diferentes versiones
del mundo, las que a su vez hacen posible el discurso verdadero y el discurso
falso. Con todo, una perspectiva platónica, o que al menos siga a Platón en
este aspecto, puede insistir en que de todas las versiones del mundo, sólo una
será verdadera, la que se funde en el mundo de las ideas”
Se puede vislumbrar en esta interpretación, si
queremos traducirla en términos del dualismo ontológico platónico, una
convivencia entre diferentes versiones del mundo y La versión verdadera del mundo, y podríamos pensar que existe una multiplicidad
de versiones producto de la creencia o la imaginación individuales respecto de
un mundo que sólo podremos conocer verdaderamente a través de la episteme. Cada
prisionero de la caverna platónica posee una visión (falsa) del mundo, en tanto
que el prisionero que se ha liberado de las cadenas y que ha podido salir de la
caverna, ahora posee una visión más clara (verdadera) del mundo.
El
dualismo ontológico platónico, expresado en las alegorías de la línea y de la
caverna, se caracteriza por dividir en dos ámbitos la totalidad de lo real, de
un lado tenemos al verdadero ser, las ideas eternas, inmutables, absolutas,
arquetipos de las cosas sensibles, modelos, perfectas, únicas, independientes y
necesarias; en la senda opuesta tenemos a los entes sensibles, copias
imperfectas de las ideas, contingentes, cambiantes, temporales, múltiples,
dependientes y falsos. A este dualismo ontológico, Platón suma un dualismo de
tipo gnoseológico, también en las alegorías mencionadas anteriormente podemos
encontrar la escisión entre las facultades propias para captar al verdadero
ser, es decir a las ideas; y las facultades propias para acceder a los entes
sensibles. Así, tenemos por una parte, a la episteme
que es el verdadero conocimiento, conformada por la diánoia (el entendimiento) y la nóesis
(razón), cada una de ellas se adecua al tipo de ser que intentamos aprehender,
en el primer caso nos ocuparemos de los entes que necesitan de un cierto
sustrato empírico o figurativo para ser entendidos, tal es el caso de las
matemáticas; y en el segundo caso de los entes con mayor grado de ser, las
ideas estéticas y morales. Por otra parte, para acceder a los entes sentibles,
tenemos la doxa (opinión) conformada
por la eikasía (imaginación) y la pístis (creencia), facultades que se
ajustan a los entes con menor grado de realidad.
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