miércoles, 2 de julio de 2008

κ. Sobre la circularidad del pensamiento


Ensayo sobre la filosofía contemporánea

Uno de los temas que la filosofía ha tomado como problema, desde sus inicios, es, sin duda, el de la contradicción entre lo que se presenta como múltiple, particular, individual, contingente y mudable; y lo unívoco, universal, necesario e inmutable. Los filósofos contemporáneos no abandonan este problema, y tratan de abordarlo desde diversas posturas tratando de establecer un mundo aprehensible para el hombre.
La filosofía moderna deja abierto, con Kant, el problema de la limitación del conocimiento humano y establece una división tajante entre razón y entendimiento; de este modo, todo aquello que pudiera presentarse como contradicción es desplazado al plano del noúmeno y, por no ser susceptible de conocimiento alguno, sólo puede ser objeto del pensamiento.
A partir de allí, los filósofos románticos intentan, proponiendo sistemas grandilocuentes, entrelazar todos los modos del ser, el hacer, el sentir y el pensar. Para ello, se sirven de cerradas propuestas metafísicas inmanentistas que deducen de lo universal todo lo múltiple y particular, o identifican ambos elementos como modos diferentes de un mismo ente único e infinito, retornando a los planteos neoplatónicos y medievales que deducen de dios la existencia del mundo y de los hombres, como así también, la facultad de conocer y el pensamiento.
Pero es Hegel quien logra, instaurando una metafísica de carácter dialéctico, una síntesis racional entre opuestos en la cual la contradicción queda eliminada al hallarse sujetada a la ley de lo universal, que determina los modos del ser y del actuar de lo particular. Así es como el todo deviene, en un sistema panteísta, y se pluraliza, sin que ello signifique una negación de sí.
No obstante, existen otras tendencias: aquellos que creen que debido a que el mundo mismo se presenta de modo contradictorio, sostienen que no se puede pretender adecuarlo a la lógica del entendimiento, el cual niega por su parte la contradicción. Tal es el caso de Kierkegaard por ejemplo, que comprende al hombre, a dios y al mundo como entidades dinámicas y hasta contradictorias por esencia. Schopenhauer y Nietzsche reconocen la irracional movilidad del mundo, y lejos de buscar verdades eternas, se dedican a romper todo rastro de seguridad apoyada en leyes racionales trascendentales.
El mundo moderno se ha derrumbado, la especulación trascendió sus propios límites y devino sospecha. El mundo es mera representación, y el hombre frente a él no es menos que su propia voluntad; en este punto ni siquiera la contradicción es sostenible, los días transcurren para el hombre, que ahora se cuestiona hasta la existencia del tiempo, abriendo infinitas posibilidades que se anulan, se niegan y se reafirman en cada acto. Todo comienza a devenir antes de comenzar a ser.
De este modo nos sorprenden la filosofía de la vida y el existencialismo, y aún sin terminar de creer que el mundo es una ficción, sospechamos hasta de la posibilidad de optar, el nihilismo se nos presentan entonces como la postura a la cual directamente nos arrojamos, aunque no sin grandes pretensiones: transcurrir, existir, trascendernos.
Pero resulta que tampoco confiamos en el poder de la voluntad, sucede que lo que tenemos de humanos lo tenemos también de rebaño, de dominados y de masificados. Es entonces que esa voluntad domesticada se convierte en conciencia feliz, y nuevamente, lo individual deviene en universal, general, unidimensional. Y hasta la contradicción misma se ha vuelto sistemática y funcionalmente coherente.
Pero, ¿cómo es que la contradicción devino certeza estable? ¿Cómo es que sostenemos lo mismo y negamos rotundamente lo diferente? ¿De dónde nos viene esa necesidad visceral de ordenarlo y medirlo todo? ¿Y por qué nos asalta inmediatamente después el impulso a destruirlo todo en un infinito acto de libertad? Y lo más curioso, ¿con qué fin u objeto hemos vaciado de contenidos nuestras preguntas más íntimas? ¿Cómo es que la duda perdió su carácter de resistencia y se transformó en suave respuesta? ¿En qué momento la perdimos y reemplazamos? La duda de hoy no abre críticas, no cuestiona; la duda de hoy nada plantea, no es enigma sino silencio, mera nada.
Una vez más, el suelo tiembla debajo de nuestros pies, se retuerce y nos estremece; y sin embrago, nos comportamos automáticamente, la conmoción no es más que una brisa suave, un leve soplo, lejano, que apenas nos toca, lejos de golpearnos la desesperación nos acaricia, ¿será que nosotros mismos nos hemos tornado inmutables? volvemos la mirada nostálgica hacia la espiralada historia transcurrida, y antes de preguntarnos, nos contestamos. Construimos nuevamente un todo gigante en forma de pregunta vaga para luego destruirlo con especulaciones vacías. Y así, nos movemos ciegamente, del todo a las partes y de las partes al todo; notamos que el péndulo que dirige la historia no arroja opciones verdaderas, y no nos asombramos al descubrir que la libertad no es de modo alguno cierta.
Más, ¿cuánto importa ya la certeza? Lo importante es no romper el círculo; oscilamos como dudando y optando, cual personajes errantes de literatura fantástica, y creemos cada vez que algo es ahora diferente, pero nos resulta más cómodo fingir, y fingimos nuevas dudas existenciales, suelos firmes o mundos contradictorios, nos consolamos frente al peso histórico del aburrimiento tratando de ocultar lo evidente: hoy sólo nos queda simular.
Hastiados hasta del mismo aburrimiento del pensar, los últimos filósofos no tienen como deber más que emprender la inútil tarea de desviar el camino, de parar el péndulo de la historia y de comenzar un nuevo tiempo, con una legalidad propia, con dudas jóvenes y esperanzas nuevas.
Mientras tanto, respiramos tranquilos; el mundo gira sobre su eje, el cielo sigue intentando cubrirlo de infinitud, los días se transcurren unos a otros progresivamente, las dudas nos empujan a seguir caminando, el precipicio nos rodea constantemente, la indiferencia se disfraza de falta de aire, y el círculo mismo disimula para nosotros, se abre sobre sí mismo, seguro, inmutable.
“El individuo se encuentra dentro de su finitud, perdido en la inmensidad del presente. (…) Nuestro andar es siempre una caída evitada, la actividad de nuestro espíritu no es sino un hastío evitado, la voluntad está condenada al dolor. Este hecho ha sido simbolizado de una manera bien rara: habiendo puesto en el infierno todos los dolores y todos los tormentos, no se ha dejado para el cielo más que aburrimiento.”[1]

[1] A. SCHOPENHAUER, “El mundo como voluntad y representación” Editorial Porrúa, sexta edición. México. 2000. (página 244)


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